viernes, 18 de marzo de 2016

De lobos solitarios y avestruces colectivas.

De lobos solitarios y avestruces colectivas.
Los punto sobre las íes…


            He dejado pasar un tiempo antes de referirme a este tema. Y no es que no tuviese nada que decir, todo lo contrario. Era tanto lo que quería escaparse de mi boca, o de mis dedos, que preferí dejar pasar un tiempo para poder elegir la forma de abordar el punto.

         Y a pesar que han pasado los días, me cuesta elegir un abordaje, por lo que es posible que esta sea la primera de una serie de reflexiones, pero tal vez no la última.
            
      En fin… Muchos se reían de mí cuando en tuiter hablaba de que ya estaban acá. Otros, “en una buena”, me decían que frene, que no sea paranoico, que mis comentarios sólo generaban más rechazo, que Uruguay era distinto o que estábamos en la otra punta del mundo. Por último, y no eran pocos, estaban los que directamente se lamentaban de que yo estuviese – en aquel entonces – equivocado.

Pero resultó que no estaba equivocado, ni soy paranoico, ni nuestro paísito es diferente, y aquellos que entonces se lamentaban, hoy tal vez se regocijen.

    Luego del primer impacto que causó la noticia, a los pocos minutos ya empezó la autocomplacencia vernácula. En mi TL (los que no son tuiteros, pregunten) pude leer “es un loco suelto”, “actuaba sólo”, “es una excepción”, “los uruguayos no somos así”… hasta un “ya se va a saber que era un usurero”…  Tal vez nada de lo anterior es lo importante.

   Principiando, y no importa cómo se lo quiera disfrazar, lo acontecido en Paysandú es un crimen de odio. Nada importa si se conocían de antes o no. El homicida lo asesinó por motivos religiosos (seguramente mal comprendiendo la religión) y el asesinado lo fue por la única razón de ser judío. Podría haber sido él, o podría haber sido otro, pero ese día iba a morir (o iba a intentar matar) a un judío.
            
     Tristemente los mensajes del gobierno fueron tan desalentadores como los leídos en las redes. El Ministro Bonomi una vez, y otra vez también, no paraba de decir que había actuado sólo y que no habían encontrado – hasta ahora – relaciones con grupos internacionales. Varios días debieron pasar para que el Presidente enviase un mensaje de condolencia.

    Más triste aún fue la actitud de los diputados del Frente Amplio. En forma inexplicable le negaron el derecho a un diputado de Paysandú de expresar lo que sentía. Y la excusa fue patética. Debían esperar el pronunciamiento judicial. ¿DESDE CUANDO UN DIPUTADO NECESITA UNA RESOLUCIÓN JUDICIAL PARA PODER EXPRESARSE? Vergonzoso.

       Para abonar el tema, al asesino le diagnosticaron una enfermedad siquiátrica de base. Eso bastó para reafirmar el avestrucismo. A pocos les importó que a pesar de ello el Juez lo encontró imputable. Es decir, a pesar de su esquizofrenia paranoide, el tipo sabía lo que hacía, apreciaba la antijuridicidad de sus actos y entendía las consecuencias de los mismos. Traducido al español, el tipo mató sabiendo lo que hacía.

Pero es todo más de lo mismo. Recuerdo las marchas y las declaraciones de los jerarcas del momento cuando el incidente de Tania. Las mismas que estuvieron ausentes cuando el asesinato de David. No estuvieron mal aquellas declaraciones. Estuvieron mal estos silencios.

            Pero supongamos que nada de lo anterior fue así, y que efectivamente el asesino es un demente. ¿Alcanza con eso para golpearnos complacidamente la espalda y convencernos que no nos debemos preocupar? La respuesta es una sola: NO.
     
      Poco importa el estado mental del asesino. Lo importante de este tema es que el mensaje que algunos propagan por el mundo fue efectivo. Ese mensaje que nos llega, que nos invade, que nos satura casi hasta el infinito, de que está bien matar a otro por una causa (sobrenatural o terrenal), aunque ese otro ni sepa de que causa se trata y nada tenga que ver con el tema, triunfó. No importa que quien lo recibe esté cuerdo o no. No le importa al que lo propaga y menos aún le importa a la víctima. La realidad es que, ya sea un lobo solitario o un loco suelto o un integrante de una red internacional, el deseo de muerte de los terroristas tuvo un desenlace exitoso para sus fines. Al terrorista nada le importa quién es el que mata o cuáles son sus convicciones mientras con sus actos se siembre el terror.

    Como dije al principio, es posible que en otro momento vuelva sobre este tema. Es posible que no. El tiempo lo dirá… Pero lo que no podemos dejar de lado es que no estamos en Disneylandia, como dijo otro ministro, sino que somos parte de un mundo global del que no podemos aislarnos. El terrorismo, o sus efectos, no están en otro mundo, ni siquiera podemos ahora afirmar que está en la vuelta. El terrorismo, o sus efectos, ya están acá. Llegaron. Y partir de la muerte de David, ya será difícil sustraerse de ellos.

      Queda sin embargo una esperanza. Y esa esperanza la veo representada en Rossana Migliónico (@rmiglionico), cara visible y portavoz de la organización de la marcha realizada en Paysandú. A través de ella debemos agradecerle a los más de diez mil sanduceros que marcharon en silencio en señal de repudio por lo sucedido. Esos sanduceros que no demoraron en condenar el hecho. Que no necesitaron esperar una resolución judicial para expresarse. Que no dudaron en dar sus condolencias a la familia. Que no enterraron sus cabezas en un pozo para no ver lo que pasaba. Que no trataron de justificar lo injustificable o minimizar lo no minimizable. Esos sanduceros que en definitiva son los representantes del Uruguay del “deber ser”.


    A ellos, gracias.

    Hasta la próxima, que seguramente habrá.

                                               @dannyvile